MEMORIA DE UNA GENERACIÓN |
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Retonar a Carballo - José Manuel Rey Pichel |
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Entrevista a nuestro "Amigo de los 50"
JOSE MANUEL REY PICHEL
Publicado en La Voz de Galicia
Carballo, 9 de marzo de 2010
RETORNAR A... CARBALLO | JOSÉ MANUEL REY PICHEL
«Carballo suponía ver a mis padres y amigos, disfrutar de su espacio público»
El río Anllóns, Razo, las bicicletas o el cine en la tarde de domingo propiciaron unos «entrañables» y felices años 50
Rey Pichel elige la playa de Razo. En algunos puntos se ha deteriorado, pero las olas, dice, ofrecen ahora el mismo espectáculo que en su niñez.
Vivió en Carballo hasta los ocho años, edad a la que mudó su lugar de estudio a Os Maristas de A Coruña. A pesar de ello, la infancia y los recuerdos felices de niño están ligados a la que hoy es capital de Bergantiños, un pueblo que quería y quiere y por el que sentía «morriña», a pesar de que en el internado coruñés tenía «mi particular Carballo y Costa da Morte». Con Pablo Rodríguez Regueira, Gonzalo, Pancho Astray, los hermanos Luaces de Muxía o Santiago García Castiñeiras.
José Manuel Rey Pichel (1942) es, actualmente, director Xeral de Patrimonio. Son muchas sus responsabilidades y muchas también las vivencias en Carballo y sus aledaños. No son recuerdos nostálgicos, sino de esos que conforman una historia, una época y realzan una sociedad específica y única.
El tiempo de vacaciones de Rey Pichel -Navidad, Semana Santa y verano- le pertenecía a Carballo. Para disfrutar de los amigos, de los juegos en la calle y de los jardines. En definitiva, para gozar de algo que él menciona mucho: «El espacio público». Tirando del hilo de aquellos tiempos, recuerda nombres, lugares y juegos: los trompos, las bolas, el espacio de detrás de la iglesia, el escondite, el ser libres y creativos, autores de sus propios juguetes, porque muy de vez en cuando se accedía a los que se vendían en la casa de Lolita Caamaño. Aquellos niños convertían sus zapatos en veloces coches sobre la arena de la playa, «fínisima» en Razo.
El deporte ocupaba, andando los años 50, un lugar esencial para los jóvenes. Iban a ver el Bergantiños cuando todavía no había gradas ni terreno cubierto, hacían suyos lugares como el campo das Pedras Brancas, donde practicaban el fútbol, o las aguas del Río Anllóns, «limpias, profundas y transparentes», en cuatro puntos diferentes: la zona del bosque, la del San Martiño, A Piscina (después de pasar la fábrica de Calvo) y A Cepeira, casi al borde de Coristanco. Llegar hasta este último enclave suponía una excursión y una peripecia: montados en sus bicis (la de Rey Pichel, «preciosa», se la habían regalado los Reyes Magos y tenía cuatro marchas), se acercaban también hasta la playa de Razo y Baldaio. Incluso, en grupos, hacían competiciones paralelas en el tiempo a la vuelta ciclista «de verdad». También hasta Razo los llevaba el autobús de Lerio, por caminos llenos de baches que hoy se han vuelto carreteras asfaltadas. Grandes epopeyas que, todavía, se hacían más sublimes, extraordinarias, cuando los padres de Rey Pichel les llevaban a Malpica, Laxe, Cee y Corcubión, O Pindo o Muros.
Los niños eran los protagonistas de la calle, espacio para cultivar la amistad. Se subían a los árboles de la que hoy es la Plaza de Galicia de Carballo, cuando la mirada de los serenos no se posaba en ellos, enfrentándose a posibles caídas, pero sobre todo a las buenas experiencias.
El alma de los reencuentros José Ramón Martínez Pena organiza cada año un reencuentro de aquellos «amigos de los años 50» de Carballo. Rey Pichel espera poder acudir al próximo y, señala, «tiene un mérito enorme organizar este reencuentro». Para recordar momentos como los que se vivían en el cine. Carballo, entonces, tenía dos: el de arriba (de Torres) y el de abajo (de Camarot). Después, llegaría el Rega. «Aquello nos subyugaba. La diligencia, por ejemplo, fue impresionante». Se enteraban de las películas a través de los prospectos que, a veces, se repartían el domingo a la salida de la misa de las doce. Por la tarde, había tres sesiones: a las cuatro, infantil; a las ocho (a la que Rey Pichel solía ir); y a las once, a la que nunca acudió.
No había televisión ni existía tampoco el mito del mal tiempo. Incluso en la lluvia se encontraba el placer del juego. Las fiestas de San Xoán y de San Cristovo ofrecían la posibilidad de sacar a bailar a la chica que a uno le gustaba, «algo tremendo». También las procesiones de camiones engalanados se vivían a lo grande. El abuelo de Rey Pichel lo llevaba a él y a sus tres hermanos (Roberto, Mar y Jimmy), en el suyo propio, formando parte de la comitiva. Las calles se llenaban de juventud, «era un sociedad en emergencia, con fuerza». Y las había que daban para mucho, como la Gran Vía de hoy, que servía para disfrutar de las «canteras». Llovía y en los huecos que había se acumulaba agua. «Parecían lagunitas. Allí jugábamos a cazar ranas».
Si el fin de semana se pasaba en Carballo, Rey Pichel tomaba cada lunes el trolebús hacia A Coruña, a las siete de la mañana. Han cambiado cosas, hay más recursos, pero, piensa, los niños de hoy no son más felices que los de entonces. Lo suyo no es nostalgia, es haber formado parte de un tiempo que continúa viviendo y que, patrimonialmente, trata de recuperar.
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